“Para muchos era prácticamente imposible en un gremio de la magnitud de ATE lograr salir airosos de esta gesta. Se ha demostrado que cuando hay opciones y proyectos, los trabajadores eligen el cambio.” Esto nos dijo Abdala cuando fuimos a hacerle una entrevista para la revista Jotapé. Nunca había estado así, en vivo, con un secretario general de un sindicato, con un gremialista de ese nivel.
Tomaba apuntes para serle fiel. Marcada por los años de clandestinidad, no se me hubiera ocurrido grabarlo. No fuera cosa que algún milico, algún cana, algún juez luego usara la cinta para acusarlo de algo.
El peronismo que éramos y el que debíamos ser, la lucha gremial, el rol del Estado, ejes para construir el proyecto del país necesario desgranaba Germán. Valiosas palabras, valiosas ideas, valiosas propuestas que aprendíamos y estampamos en papel.
Pero lo que más me llevé de esa hora en Carlos Calvo fue la intuición de que este compañero, al que ya le reconocíamos “los mejores ojos del peronismo”, portaba una ética que resumió sencillo: la de “vivir como se habla”, porque “uno no cuenta por lo que dice de su vida sino por lo que hizo de ella”.
Corría el 85 y la recuperación de ATE para los trabajadores la habían logrado con el compromiso de sus militantes, sostenido en medio de la persecución dictatorial y a contrapelo de traiciones y claudicaciones de unos cuantos que alguna vez fueron compañeros.
Pienso que no fue casualidad que la agrupación que se atrevió a desafiar al posibilismo en ATE haya nacido el 9 de diciembre del 77 en la Casa de Nazareth.
Ahí estaba Germán. Y siguió. Porque “para ser coherentes sólo hace falta la decisión de querer serlo. Todo lo demás es historia y pocas ganas”, decía él. Aunque el terror sembrado en esa manzana de Urquiza y Carlos Calvo no cesaba, los compañeros decidieron seguir. Tal vez algo de esa sostenida resistencia intuíamos los prisioneros, los viejos y los nuevos de aquel diciembre en los sótanos de la ESMA, y nos ayudaba ahí adentro a resistir.
Pensando en este encuentro con Abdala, su memoria, sus compañeros, Marcela, sus hijos, supe que le gustaba Miguel Hernández. Y entonces puedo imaginármelo con el corazón pesado por el desgarro de las desapariciones pero llevado por vientos del pueblo diciéndose “No soy de un pueblo de bueyes/ que soy de un pueblo que embargan/ yacimientos de leones, desfiladeros de águilas y cordilleras de toros/ con el orgullo en el asta.”
Y anoto, como aquella noche de abril del 85, algunos ejes que vertebraron a Germán –y mientras digo “vertebraron” me digo que la traición del cuerpo le empezó por las vértebras–. Y lo pienso entonces en torno a conceptos como coherencia, compromiso, búsqueda, contradicción, y así se organizan:
- Su desprecio por el posibilismo, que infectó el pensamiento y la acción política y sindical desde fines de la dictadura. Para Germán las peleas que había que dar eran las que tenían que ver con las necesidades populares, no las que tuvieran victoria asegurada.
- Su definición de que la militancia “es un acto de perpetua entrega”. De que uno no tiene un lugar en la lucha de una vez y para siempre, que hay que refrendarlo a diario, que no se trata de un movimiento automático que se desliza por una ladera y que de pequeña bola se transforma en alud, sino que hay que poner en juego y a diario la voluntad. “Y es por eso –decía– que a veces tengo miedo de aflojar, de que no me den las fuerzas. Y ojo, que te lo digo sin pensar siquiera en convertirme en un traidor, en un vulgar arrepentido, sino desde el punto de vista de perder altura, de volar bajo.”
- Su “pensar el país desde un lado”, desechando a los falaces que ignoran que la defensa de los intereses y necesidades de los trabajadores, del pueblo, nos instala en el núcleo del conflicto con quienes viven de la explotación de los trabajadores, del pueblo. En pleno furor del dogma decretador de la muerte de las ideologías, sostuvo: “están presentes las ideologías, pero ocurre que una ha ganado una batalla en el mundo. Por eso hoy más que nunca hay que afirmar las ideas y el debate ideológico”.
- Su capacidad de ser peronista como identidad política y no como religión, lo cual lo hizo ser crítico sin abandonar su compromiso. Motorizó la renovación como “punto de partida, no de llegada”. Decía: “Para algunos la renovación significaba volver coqueto el peronismo, ponerle maquillaje, hacerlo más presentable, y disputarse un electorado con el radicalismo. Para nosotros era volver a recuperar el debate ideológico y político del peronismo para que fuera revolucionario, para que fuera consecuente con sus banderas”. El peronismo fue su identidad política viva mientras encarnó los intereses y necesidades populares. Fue capaz de repensarlo cuando el menemismo lo hegemonizó desde el proyecto liberal más antipopular sufrido en nuestra historia. “Hoy el peronismo es este menemismo que nos gobierna”, reconoció con dolor.
- Su concepción de las estructuras gremiales como cuerpos vivos, “que tienen que estar transformándose continuamente”, en pleno ejercicio de la democracia sindical y el protagonismo de los trabajadores. “Lo que nos juntó en ATE no fue la repartija pluralista de cuatro para los radicales, cuatro para los peronistas, cuatro para la izquierda, sino que fueran los compañeros más representativos de la base los que llegaran. Que la ideología enriqueciera una construcción que tenía como referente el mandato de la gente”. Ahí está su marca en ATE, un gremio que viene enfrentando sin tregua a las políticas oficiales. Y en quienes desde distintos territorios políticos y sociales pensamos y hacemos política dejando atrás el vicio hegemonista que impide construir a largo plazo.
- A contrapelo de pragmáticos e intelectuales conversos y seudoprogresistas, para Abdala la deuda externa era “inmoral, ilegal, ilegítima”, y Argentina seguía siendo un país dependiente. ¿Qué otra cosa si no –y lo decía en el 90– es un país donde “para poder dar un paso hay que consultar con el Departamento de Estado o con la embajada … o esperar a estos consultores que vienen y le dicen ‘no, acá no hay plata si no aumentan las tarifas un cien por cien, acá no viene un crédito puente si no cierran el Banco Hipotecario…’”?
- Su considerar al tema del Estado como central en el debate ideológico y político; “una herramienta que depende del proyecto de país y de nación a que se sirve”. Y lo demostraba inventariando que hubo tiempos en que el Estado sirvió para “fiscalizar que las grandes empresas no paguen en negro al personal y evadan los aportes jubilatorios”, “para canalizar el crédito de una forma, para garantizar la educación, la cultura, la salud…”. Un Estado del que los “antiestatistas” y privados se sirvieron para obtener subsidios y prebendas mientras responsabilizaban a sus trabajadores por la crisis. Frente a esto, sostuvo la necesidad de democratizar el Estado y reformarlo para que cumpliera ese rol de articulador de los intereses populares y se opuso con tenacidad a las privatizaciones.
- Su capacidad autocrítica, quizá una de las notas más valiosas del prisma de Germán, tan difícil de hallar entre los militantes. Así, reconocía: “perdimos la batalla de la defensa del Estado porque no supimos hacerla bien, porque no supimos ganarnos a la comunidad… Los enemigos nos ganaron cuando lograron que el laburante deseara privatizar…”.
- “Porque sentimos que continuamos con aquellos compañeros que dieron su vida por un país distinto, porque pensamos que eso no fue un error.” Así fundamentó y sostuvo su compromiso con la exigencia de juicio y castigo a los genocidas de la dictadura. Sabía que esa impunidad consagrada por los Alfonsín y Menem no sólo abre la deuda impaga hacia el ayer, sino al presente y al futuro. Porque de Martínez de Hoz a Cavallo, de Yabrán al Tigre Acosta, de Camps a Franchiotti, de los legisladores que votaron el punto final, la obediencia debida, las privatizaciones, a los que levantaron la mano ante la ley de quiebras o de subversión económica, lo que les alimenta el poder que detentan es la garantía de la impunidad.
¿Cuánto más podría seguir agregando a esta lista? Mucho. Aunque no pienso a Germán Abdala como un inalcanzable héroe perfecto, distante en sus virtudes de cualquier mortal. Germán, cómo él mismo se reconocía, sostuvo su vida y un proyecto de construcción de un mundo mejor creciendo entre la solidaridad de sus compañeros, las contradicciones de nuestras prácticas y aspiraciones, sus opciones sinceras y comprometidas.
En aquel julio, “temprano levantó la muerte el vuelo”. “Un manotazo duro, un golpe helado, / un hachazo invisible y homicida, un empujón brutal te ha derribado”. Años después, las reliquias del cuerpo que Germán perdía en cada herida, como de un árbol talado que retoña, despuntan en la lucha diaria, y algo de ese retoñar de Germán recorre las calles, las rutas, corta los puentes y llena sindicatos, galpones, colegios y universidades. Seguramente retoños son Víctor Choque, Teresa Rodríguez, Ojeda y Escobar, Aníbal Verón. Darío Santillán y Maximiliano Kosteki.
Llenan plazas como lo hicimos el 3 de julio y como lo haremos mañana.
Por eso Germán, ni se te ocurra irte, porque “tenemos que hablar de muchas cosas/ compañero del alma, compañero”.
Graciela Daleo
Integrante del Consejo Asesor de la Fundación Germán Abdala. En su juventud, militó en organizaciones del peronismo revolucionario. Actualmente lo hace en defensa de los derechos humanos y promoviendo los juicios de lesa humanidad. En 1985, como parte del equipo de redacción de la revista Jotapé, entrevistó a Germán Abdala en la sede de ATE Capital.